Estos días a todos –o a muchos- se nos ha estremecido la piel, se nos ha encogido el alma cuando veíamos por televisión o en internet las imágenes del terremoto de Haití, esta catástrofe de la que aún tardaremos bastante en averiguar sus verdaderas magnitudes, en términos de pérdidas humanas y pérdidas económicas.
La reacción del mundo no se ha hecho esperar. El envío de ayuda humanitaria, la llegada de voluntarios, gobiernos, oenegés, los equipos de rescate, aunque dada la magnitud del desastre, toda ayuda es poca. Pero la ayuda está tardando en ser repartida y llegar a la población. Además, miles de haitianos pugnan por entrar en la República Dominicana, la mayoría sin éxito.
EE.UU se ha arrojado el derecho de intervenir enviando fuerzas armadas para controlar el país, como ha hecho otras veces, no sé si siguiendo el lema de la Doctrina Monroe “América para los americanos” (que viene a decir “tranquilos, que para los asuntos que tengan que ver con América, ya estamos nosotros). Aunque una se para a pensar y es cierto que en este caso, mucho no van a poder sacar de Haití (lo que cambia respecto a anteriores intervenciones), y por otro lado, alguien tiene que ir a “poner orden” en la reconstrucción del país. La pregunta es quién. ¿La ONU? ¿La Unión Europea? No es una respuesta sencilla. A todo esto, Francia, la antigua metrópoli, se mosquea, o al menos hace como que se mosquea.
De todos modos, parece que los desastres se ceban con los países más pobres. Haití, con el IDH (Índice de Desarrollo Humano) más bajo de toda América Latina (o,532) y con una precaria estabilidad política, cuya constitución ha sufrido idas y venidas hasta 1994. Y son precisamente estas características las que agravan la situación, puesto que los riesgos lo son en la medida en la que el hombre está amenazado, expuesto. Y las condiciones previas de Haití han sido precisamente eso, una amenaza. Nada que ver lo sucedido aquí como en otros lugares de contacto entre placas, como lo es el Japón, cuyos edificios “inteligentes”, han sido diseñados con materiales capaces de absorber las vibraciones, aguantando así mucho mejor los seísmos y evitando que se produzcan desastres humanos como el tristemente acontecido hace ahora una semana.
Como conclusión, entiendo que uno de los principales culpables de la tragedia es el propio subdesarrollo en el que está sumido el país. Para que estas cosas no ocurran (o mejor dicho, para minimizar sus consecuencias, puesto que terremotos va a seguir habiendo) es necesario no sólo ayudar al país a salir del caos en el que está ahora mismo, sino también y sobre todo, sentar las bases del desarrollo del país, dotándole de infraestructura para que pueda tirar pa´lante . Pero claro, me estoy olvidando de una cosa: para que haya desarrollo tiene que haber subdesarrollo. Es decir, para que nosotros vivamos ASÍ de bien, tiene que haber MUCHA gente que viva como ellos.